El trapicheo se practica desde tiempos inmemorables.

Vestir a estas niñas se está convirtiendo en un martirio semanal. Me pongo a sacar la ropa de “Ponyo” y me dice que esos calcetines  no se los pone porque son pegajosos. Le doy una blusa y un pantalón y me contesta que la blusa es espesa y los pantalones “rabadillos”.

-¿”Ponyo”, me puedes explicar que diantres significan esos conceptos?

Tiene su sentido, para las que no estáis al día, que sepáis que calcetines pegajosos son los que son difícil de subir y se pegan al pie.

De toda la vida, blusa espesa es la que abulta demasiado y estorba.

Y básicamente un pantalón “rabadillo” es que si te agachas se te ve la hucha.

Creo que la R.A.E debería añadir estos nuevos significados al diccionario porque tiene toda su lógica.

Contándoselo a mi maromo me decía:

– no sé de qué te extrañas si a ti te pasa lo mismo, nunca tienes nada que ponerte.

Es mentira, le dije. Que sepas que lo hago por  ti, para que me veas guapa y cuando compro es una inversión para nuestro  amor. Sé que es difícil de comprender para alguien que coge la primera camisa del montón, siempre la misma. Pero nosotras nos entendemos.

Estar bella es duro y la esencia de mujer empieza a aflorar  lunáticamente en mis niñas.

La verdad que no soy muy exquisita, mis boutiques más codiciadas son “Praimark” (yo lo lo llamó así para darle más caché), “Lefties”, y ya en lo más top está “Zara”.

Pero lo que más me fascina es el trapicheo. Una vez más la R.A.E no está en la onda y se equivoca poniendo que deriva de la palabra trampa, cuando en realidad todas sabemos que trapicheo deriva de trapo y es la capacidad que tienen algunas mujeres para encontrar chollos allí donde vayan o aquella hembra que en ocasiones ejerce el oficio de buhonera. 

El trapicheo es una fuerza que te apodera con ansia extrema, un arte inherente a la mujer y que toda que se precie debería practicar.

Me contaba Lalu que el fin de semana se había reunido con otras amigas en casa de una de ellas para intercambiarse toda clase de “charanganas” que ya no se ponían y ahí montaron su mercadillo particular, intercambiándose pulseras por «rabadillos» y bolsos por «blusas espesas». Lo pasaron bomba y se fueron todas felices cargadas de bolsas como si hubiesen ido de shopping al estilo americano.

Así que yo hice lo mismo y quedé con mi amiga Charo para trapichear. Me cambió una chaqueta por un bolso y un vestido por una falda.

Os aseguro que tuvimos la misma sensación de loca alteración como cuando vas al centro comercial.

Pero lo que más me mola es el “trapicheo ambulante” y somos muchas las mujeres que hemos convertido el maletero del coche  en un vestidor de ensueño.

 

Así que cuando llegamos al cole abrimos nuestras cajuelas y gritamos:

-¡¡¡Leotardos, leotardos!!!

-¡Me vienen genial!, espera que te lanzo un par de zapatos  de la 35.

-¡Uy, yo ya soy la 36, dáselos a Paloma!

-¡Marchando para Paloma! (Mientras esta me manda volando una camisa impoluta)

Y así volvemos a casa llenas de estas bolsas tan ansiadas. Y cuando entro, mi maromo me pregunta:

-¿Ya estas traficando con bolsas otra vez?

-¿Prefieres que vaya al C.Inglés?

Y entonces chitón. 

Somos así, que  le vamos a hacer…cambiar bolsas da subidón. Sacas los bultos de casa, renuevas el armario sin gastar un euro y liberas endorfinas como cuando hacemos deporte.

Mi madre por solidarizarse con mis embarazos (eso dice ella) no ha parado de engordar desde hace unos años.  Estoy la mar de contenta de cambiarle mis vestidos premamá por sus chaquetas entalladas. Así que cuando la veo le doy un puñado de cacahuetes para poder heredar la americana roja que me fascina.

Heredamos de los primos, los amigos, los vecinos y todo quisqui, es lo que hacemos las personas normales para “sobrevestir”.

Que de toda la vida hemos llevado los pantalones remendados del hermano y sacamos el bolso de la abuela que ahora es tendencia.

Porque la clase no la compra el dinero y la educación no se vende en euros. Que gastar menos tiene su Style y ser trapera es lo más.